Hubo una vez un padre de familia que tenía tres hijos muy queridos. Y tenía en su poder un anillo bellísimo, adornado con el mejor diamante del mundo. Los tres hijos anhelaban heredar el anillo a la muerte del padre y por ello intentaban ganar su preferencia. Pero el padre, deseoso de contentarlos a todos, llamó al mejor orfebre y le pidió que hiciera dos anillos iguales al suyo. Así lo hizo el orfebre, y nadie era capaz de distinguir cuál era el anillo verdadero. Nadie, excepto el padre. Un día, mandó a llamar a sus hijos y le dio a cada uno un anillo, de modo que pensara que ese era el verdadero.
Así pasa con la fe y la religión. Hay tres religiones muy semejantes: la judía, la cristiana y la musulmana. El que profesa alguna de ellas está convencido de que esa es la verdadera. Pero eso sólo lo sabe Dios, que sonríe a todos y sólo pide que cada uno la lleve con dignidad y decoro, como el anillo que el padre dio a cada uno de sus hijos.
Ni falta hace que no soy practicante ni me gusta que las religiones intenten controlar nuestras vidas, pero la idea de que al final las tres grandes religiones son una, me gusta, y pondría en evidencia tantas atrocidades que se han cometido en nombre de una religión contra otra!
1 comentario:
Bonita reflexión. Estoy convencida de que así es, y yo también lloro de luz.
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